Hay razones menos apocalípticas para sentirse a disgusto con la novela clásica y llegar a la conclusión de que, para escribir bien, habría que escribir de algún modo contra ella. Uno sería lo lejana que se nos antoja la novela como para atraparnos; y también, en relación con esto, lo arbitrarias que nos parecen sus tramas. Holden Caufield, el protagonista de El guardián entre el centeno, de Salinger, lo expresa a la perfección al referirse a una película inglesa que acaba de ver:
Luego conoce a una chica bastante mona, inocente y modosa, que se está subiendo a un autobús. El viento le vuela el maldito sombrero y él se lo recoge, y luego suben y se ponen a hablar de Charles Dickens. Es el autor que más les gusta a los dos. Él lleva un ejemplar de Oliver Twist en el bolsillo y ella también. Como para vomitar.
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